Nadie puede decir que durante estos cuatro años haya sacado los pies del tiesto, o haya cometido errores de bulto». Es el comentario de una persona muy cercana a la vida diaria de la Princesa, cuando se le pregunta por el proceso que ha vivido desde el día que llegó al Palacio de la Zarzuela. Han pasado cuatro años desde la boda, aquel lluvioso 22 de mayo de 2004. La historia de este tiempo es la del empeño de construir una biografía ejemplar. Cuando en los corros de una recepción se le pregunta, responde que se siente muy cómoda en un papel secundario, al lado del Príncipe, feliz con su trabajo, y comprometida. Es tiempo suficiente para responder a una pregunta: ¿se equivocó el Príncipe? En ningún lugar está escrito lo que debe hacer la Princesa de Asturias. ¿Cómo ha sido ese aprendizaje? ¿Cómo ha desarrollado su función?
El del 30 de octubre de 2003, viernes, sería su último telediario. Aquella noche la esperaba un grupo de fotógrafos por el rumor creciente del noviazgo. Un responsable de la seguridad la acompañó hasta su coche y se puso al volante mientras ella se ocultaba en el asiento de atrás. Más allá de la puerta, ella ocupó el asiento del conductor y se perdió en la noche de Madrid.
En unas horas dejó de ser una periodista de televisión para iniciar un camino para el que ni había nacido ni había sido educada. El lunes siguiente el Príncipe presentaba a su prometida con estas palabras: «Como heredero de la corona tengo la seguridad de que Letizia reúne todas las cualidades y capacidad necesarias para asumir las funciones como Princesa de Asturias y futura Reina de España». Hubo tres palabras fundamentales en aquella comparecencia: amor, compromiso e ilusión.
En el aturdimiento de aquellos días, tardó en darse cuenta de que su vida había dado un giro radical. Primero intentó mantener su vida profesional, hasta que en una reflexión en la que participaron los Príncipes y la Casa del Rey se llegó a la conclusión de que era insostenible. Le sucedieron tantas cosas en tan poco tiempo que decidió iniciar un diario para anotar detalles, cambios, reflexiones, sorpresas de su vida nueva. Esas notas se interrumpieron cuando le contó a Don Felipe que cada noche anotaba lo que le había dejado el día. El conocía la aversión de las monarquías hacia ese tipo de literatura, el riesgo de que un texto manuscrito con impresiones personales caiga en manos ajenas. El diario se cerró. Esas pocas páginas se convirtieron en ceniza.
Desde el primer día de su llegada al Palacio de la Zarzuela comenzó un duro aprendizaje. Primero las clases de inglés, impartidas por un profesor del mundo de la diplomacia, un maestro duro y exigente con los horarios, la dedicación y la pronunciación británica. Luego las sesiones en las que la futura Princesa pasaría por cada uno de los departamentos para empaparse del funcionamiento y del criterio de la Casa del Rey. En los despachos la recuerdan con un bloc de notas y un bolígrafo. En cierta ocasión, ante la pregunta sobre lo que tenía que hacer respondió: «Quiero hacerlo como los españoles quieren que lo haga. Quiero hacer lo que esperan de mí, y supongo que lo que esperan es lo que han visto en el resto de la familia». La sustancia de su trabajo ha sido la de ejercer el valor simbólico de una Institución en la que se deben representar todos los españoles.
Ha asimilado el valor que la realeza da al tiempo. En nuestra profesión se mide el día a día. El mundo se pesa cada jornada. Nada hay más viejo y caduco que un periódico de ayer. Pero esas hojas, que tienen la pretensión de hacer historia, se las lleva el viento. Durante los meses posteriores al compromiso analizaba todo lo que salía: el papel, las imágenes, los confidenciales de la red digital. Comenzaban a aparecer biografías, apuntes, reportajes, en los que no se reconocía. Se mostró favorable, incluso, a la edición de una biografía honesta, completa. Don Felipe tenía otra visión. La del que ha visto publicar relatos que tienen una vigencia temporal corta, que hacen mucho ruido cuando salen, pero que apenas dejan poso en la opinión pública, porque la fuerza de la institución monárquica se impone. «Se ha escrito mucho sobre la familia», diría en aquellos días el Príncipe, «pero son cosas que se pierden en el tiempo».
LA MAQUINA DE PICAR
Los dos primeros años fueron difíciles. Pasado el primer entusiasmo por la noticia de la boda se pondría en marcha lo que Pepe Oneto vaticinó a los Príncipes una noche en el Teatro Real: «Pronto se pondrá en marcha la máquina de picar». La tesis de los que manejaban la máquina sostenía que un aire plebeyo y republicano había entrado en Palacio. Se apoyaba en la impresión de que Letizia no sería capaz de adaptarse, de soportar la presión, en la idea de que su pasado la hacía débil, y en la certeza de que su familia sería un inconveniente. En esto coincidían partidarios de la reinstauración republicana y conservadores.
Un día escuché decir al ex presidente Aznar: «Esta boda a los socialistas les da igual, y a nuestra gente no le gusta». El foco se concentró en la Princesa. Su sentido de la responsabilidad le llevó a transmitir una imagen de desasosiego, al tiempo que se desvanecía aquella espontaneidad del «déjame que termine de hablar» del día de la pedida. Una frescura que había sido recibida con aplauso y polémica.
Hoy queda muy lejano el escrutinio minucioso sobre su capacidad de ser madre; las pseudonoticias que precisaban horarios y visitas a un centro de Valencia, especializado en reproducción asistida y problemas de fertilidad; los apuntes sobre una posible anorexia; las insinuaciones sobre las malas relaciones con sus cuñadas. Se escribió que había interpelado a un periodista, pero otra colega, presente en el mismo acto, no recuerda que hubiera tal reprimenda.
Se ha escrito sobre sus silencios con el Rey. En la última Pascua militar, en un corro en torno al monarca, Don Juan Carlos le dijo: «Ven acá, que dicen que tú y yo no nos hablamos». La Princesa es mujer que no se resigna. Siempre ha tenido el reflejo de la réplica. En cierta ocasión se quejaba de las cosas que leía con las que no estaba de acuerdo. El Príncipe le dijo: «Siempre he dicho que hay que caminar por las aceras, y no cerca de las alcantarillas».
A veces cuesta un esfuerzo no precisar, o desmentir. No le debió de gustar que se difundiera la cena en casa de Joaquín Sabina, con algunos amigos del cantante. Se dijo lo de Sabina, y no se supo que días antes habían compartido mesa con Julio Iglesias. La cena en casa de Sabina traería nuevos episodios ásperos, cuando éste escribió en un libro la soltura con la que la Princesa relataba los chistes que corrían sobre su persona. La cena tenía todos los ingredientes para molestar en algún sector de la opinión pública, entre aquellos a los que «no les gusta esta boda»: una bandera republicana, invitados republicanos, gentes del progresismo beautiful.
La Princesa no podía contar que aquella cena se celebró a petición, persistente, del propio Joaquín Sabina, que reclamó una oportunidad de conocer a la Princesa. El cantante cumplió su deseo, gracias al marido de Simoneta Gómez Acebo, que hizo de intermediario. Y luego se las arregló para que nadie pudiera decir que se había rendido a los encantos del elemento monárquico. Venden más las historias que tienen conflicto que las verdades que son sencillas. Cuando se encuentra entre periodistas próximos, le suelen preguntar por su supuesta simpatía republicana, y ella suele contestar que nació en el 72, y que creció en la monarquía constitucional.
Del pasado llegaban ecos, cada vez más lejanos. La sociedad española asimiló dentro de su normalidad el hecho de que fuera una mujer divorciada. Hoy la historia de la Princesa de Asturias comienza el 22 de mayo de 2004. La potencia de su papel institucional ha hecho que el pasado sea como esos golpes de un insecto nocturno en el cristal en una noche de verano. A veces ni eso.
Nunca se ha contado que Letizia, antes de ser Princesa, sufrió un accidente de coche. Eran los últimos días de septiembre de 2003, y en las primeras horas de la tarde. Llovía sobre Madrid, y un manto de agua impedía ver que al otro del túnel de O'Donnell los coches estaban parados. No le dio tiempo a frenar, y chocó contra el último de la fila. Los médicos del Samur que le atendieron certificaron la suerte de que no le hubiera pasado nada. Llamó a su novio. Poco después, dos motoristas del servicio de seguridad de la Zarzuela la recogían y para dejarla en Torrespaña.
El suceso revela su complicidad con el Príncipe. Pocos días antes de su boda asistieron al enlace de Federico de Dinamarca con la abogada australiana Mary Donaldson en Copenhague. Iba a ser la primera aparición de Doña Letizia entre la realeza europea. Eligió un traje rojo de seda de Caprile, un vestido que se ceñía como un guante y que le daba un aire español. Pero los preparativos fueron complicados. En la operación se tuvo que implicar el Príncipe. Todo estuvo a punto de irse al traste cuando Doña Letizia, al salir de la habitación tropezó y cayó. A pesar de los nervios dio una imagen de seguridad y de pleno dominio de la escena.
Los dos se han dado seguridad y estabilidad y ella le ha ayudado a un mayor control de la comunicación. En octubre de 2004, la Princesa se sentó junto a su esposo en la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Felipe leyó su discurso con ritmo pausado, con el énfasis adecuado en los momentos importantes. Por primera vez interpretó lo que tenía que decir. Aquella tarde, después de la recepción a los invitados, los dos se encerraron en la habitación 105 del Hotel de la Reconquista, para ensayar y preparar el discurso. Se quedaron sin comer, para cuidar hasta el último detalle de la intervención del Príncipe.
SUBIENDO ESCALONES
Los dos han cambiado. Recojo las impresiones de testigos de su evolución. Ella ha subido varios escalones mientras que el Príncipe ha bajado algunos. Ella ha tenido que vestir el traje institucional, ajustar su papel a lo que se espera, estar a la altura de las circunstancias y mentalizarse de que su función consiste en apoyar al Príncipe. Quienes han trabajado con ella en la Zarzuela confirman que es una mujer trabajadora y concienzuda. Llega incluso a sentir frustración cuando después de un trabajo intenso, en un viaje oficial a Hungría, los medios se quedaron con la imagen de aquel candado atado en la verja de un muro de Pécs, símbolo de amor eterno. Es cierto que ha perdido frescura, espontaneidad y cercanía, pero tan sólo en sus apariciones públicas. El sin embargo se ha hecho más cercano, expresa con más facilidad sus sentimientos.
Es una mujer comprometida, con todas las consecuencias. Recuerdo una conversación cuyo sentido me apareció claro mucho tiempo después. Eran los tiempos de su trabajo en televisión, cuando ya tenía un compromiso que nadie conocía con Felipe de Borbón. Me impresionó la seguridad con la que afirmaba que la fidelidad era para ella uno de los grandes valores del matrimonio. Su disponibilidad absoluta está ordenada por estas prioridades: primero sus hijas, luego el apoyo al Príncipe, y en tercer lugar la función de la Institución.
EN LOS FUNERALES
Los ejemplos sobran, algunos muy duros, como cuando acompañó a la Reina a visitar a los heridos el 11 de marzo de 2004, o los funerales por las víctimas de aquellos atentados, o la ceremonia religiosa con la que se despidió a las 18 víctimas del accidente en el albergue de Todolella (2005) o la despedida, el jueves pasado, de Juan Manuel Piñuel, el último guardia civil asesinado por ETA. Quienes trabajan cerca de la Princesa confirman que en este tiempo ha comprobado la utilidad de la función que desarrolla.
No es difícil imaginar que su peor momento fue la muerte de su hermana pequeña, Erika. Se escribió en aquellos días que no debería haber acudido al domicilio que había sido suyo y donde se había encontrado el cuerpo sin vida. Se dijo que se había comportado bien como mujer, pero no como princesa. Pero esos dos papeles son inseparables.
El pueblo español, quien al fin y al cabo otorga legitimidades, entiende que no son funciones contrapuestas, y menos en una situación trágica como aquella. La vida y la muerte han sido hasta ahora las circunstancias que en el nivel popular le han dado el título: el nacimiento de sus dos hijas, y el comportamiento ejemplar que tuvo en el adiós a Erika, cuando en medio de la lluvia se acercó a los periodistas para agradecer a todos las atenciones ante aquella muerte desgarradora.
Siempre me ha interesado cómo y de qué forma se transmite a una persona ajena a ese mundo el enorme patrimonio cultural de una familia real. La Princesa ha seguido el ejemplo de la Reina, del Rey y del Príncipe, para ejercer una función no determinada. Y se ha empapado de la historia de los Borbones gracias al magisterio de Carmen Iglesias. Es verdad que llegó a este máster con alguna ventaja: su dedicación al trabajo, su tesón, y una notable ambición por mejorar, una sensibilidad acusada para los asuntos sociales y para la comunicación, y un gusto por la cultura. Recuerdo una noche, poco antes del telediario. Vio que tenía entre mis libros una edición bilingüe de Salvador Espriú. La cogió y comenzó a leer con una dicción catalana que me sorprendió. No ha necesitado clases especiales para leer su primer discurso en catalán o para acudir a obras de teatro en la lengua de Joan Maragall cuando visita Barcelona. Entiendo, en fin, que el Príncipe no se equivocó.